martes, 18 de mayo de 2010

De la zamba a los mapas satelitales por culpa del tango.

Venía escuchando unas zambas. Y ahí aquello del carnaval, lo engualichado, los pañuelos. Te vi, te vas, volvés, vuelvo, te llevo, te llevo, me llevo en vos, me dejo llevar. Y el carnaval, el carnaval. En seguida el tango, como un disruptor áspero. Hermosamente áspero, pero que me baja de un hondazo, y me lleva a ese lugar que disfruto pero ya como ajeno, como una casa de fin de semana que hace tanto que no visito, como ese monoambiente húmedo que está en venta y nadie compra, como ese pantanoso terreno estéril e inedificable que es mío, sí, pero ya, ya... El tango de repente, abrupto, con su angustia. En el mismísimo halo de seducción, pero esa bajada precipitada, entre la zamba y la fuerza, entre la seducción de la zamba y el anhelo sensual del tango, entre la búsqueda y la espera, entre la caza y el llanto amodorrado contra el vidrio. Placer ambas cosas, digámoslo honestamente. Sin embargo, tan distinto. Y ahora vuelvo atrás, y recuerdo aquello de que la zamba te desgarra el alma, y las primeras impresiones casi nunca son las que valen, son las primeras y en tanto tales, son útiles, y necesarias. De no haber primeras impresiones no habría subsiguientes. Pero ahora entiendo cuando se me dijo que estaba equivocada, que la zamba no es para nada triste, que es otra cosa. Y la que estaba triste era yo, por eso no podía entenderlo, pero ahora entiendo... y esa otra cosa es que sí, te desgarra el alma, pero no necesariamente de angustia. Te desagarra el alma porque es un vuelo de buitres en búsqueda de presas. Y los pañuelos no son las alas sino las... garras, no son garras... dios, soy maestra y bruta, cómo se llaman los pies de los pájaros. Será que no soy ave, pero a veces sí, y a veces vuelo, y soy ave, y buitre, y paloma, y todo lo que vuela y se despliega en esa infinita levedad mentirosa, que busca la caída. Pero no la del tango. Esa otra ocurre, de golpe, como hoy, como un disruptor. Y menos mal que estaba lo suficientemente atenta, para distinguir, para alegrarme por comprender, que la zamba no es triste, que el tango sí, mucho, que tengo un tango en el alma, esa misma alma que antes desgarraba la zamba. Y que ahora no desgarra, porque empaqueté el tango, y cada tanto lo miro, lo dejo dar vueltas, chocarse contra el vidrio, sonar, soñar, ser ese tango, ese que hay que cantar querido bandoneón. No quiero hablar del tango, ni de la zamba. Quiero hablar de eso en común, a pesar del disruptor. Entonces no de la tristeza o no tristeza (¡cuánto me cuesta decir alegría!) Sino de ese halo, de seducción, ese perfume de carnaval, ese perfume de champagne, ese perfume, ese perfume, que te atonta, te lleva, te sube, sube, sube. Y ahora entiendo, que la zamba es eso otro, y quizá la sensación de tristeza tenía que ver con la atadura al piso, con el miedo a volar. Y ahora que vuelo, que tengo el viento en la frente que no puedo dejar de sonreirle a lo que viene, porque el viento me obliga y me estira la cara, esta zamba que se cuela como perfume, como una ola inmensa que me abraza, me lleva... ahora entiendo... que se me dijera que estaba completamente equivocada a su respecto. Y ahora entiendo haber estado equivocaca con respecto a esto y, por supuesto, a tantas otras cosas que aldedor de ella se agitaban. Quizá, en contraposición con la imagen del vuelo, porque esas cosas que se agitaban, sedimentaron y cayeron, y ahora desde esta nueva altura, puedo mirar al piso, y ver todo con claridad (una claridad interesante que no se ensucia y aún así podría extenderse para tocar los sedimentos). La maravilla de la imágen satelital.