miércoles, 28 de julio de 2010

Cuando vuelve el cerro

Hacía mucho que no miraba el calendario... estaba viejo, fuera de fecha. Ya estamos terminando julio... y siempre para esta misma fecha, será que se hace una especie de impasse (nunca antes había escrito la palabra impasse) esa fuerza inentendible que te hace pensar en el tiempo. Estuve un rato largo antes mirando las frases en la pared, sintiéndolas también viejas, ajenas, como si toda esa angustia fuese solo una supervivencia de algo que (está, siempre está, no vamos a mentirnos) pero ahora se encuentra lejano, vedado, por suerte vedado. Sacar los meses viejos del calendario con cuidado fue placentero. Pero más placentero aún fue descubrir junto con el trimestres en curso el cerro de los siete colores. Real. Real. Yo sé que es real, yo sé que es real. No me lo contaron, no lo soñé. Estuve ahí. Ese placer concreto, con sabor a presente. Algo como la madera, que está, está. Y sí, claro, los nudos, las astillas, pero está, ahí, y se puede tocar, ver, también, pero tocar. Y yo pude tocar la sensación del cerro, porque me golpeó la cara con un arrebato de felicidad airosa, ventosa. Esto era. Hoy. Hoy y mañana. Ayer, hoy y mañana. No un ayer lejano e inabordable. No un mañana ilusorio e inalcanzable. Ayer, hoy y mañana. En este juego de tres meses concretos de un año determinado bajo el cerro ese, y no otro, que yo quiero y conozco. Que yo quiero y conozco. Ay, casi que lo repetiría por tercera vez en un brote místico. Que yo quiero y conozco. Porque lo conozco lo quiero, porque lo quiero lo conozco, unidos los dos conceptos, el afecto y el conocimiento. Y permitirme ambos en esto tan concreto que es conocer desde el tacto. Contacto. Con tacto. Hacer contactos, muchos, reales, distintos, muchos. Ir conociendo con mi piel otras pieles desde el abrazo, desde el saludo, desde el cariño... y no. Ir conociendo todo lo que voy pudiendo, un poco mas que ayer, un poco más mañana. No se dan de golpe las cosas en mi vida, debería ya saberlo de sobra, pero si quiero, y manejo el tiempo distinto, y de golpe descuelgo tres meses juntos cuando ya ha pasado un cuarto, o dos años, o cinco, entonces sí, todo se da de golpe. Porque el tiempo, el tiempo ansioso y breve, ese lo llevo colgado yo. Ese no está ahí detrás de la puerta, ese tiempo no está en el cerro. Pero tampoco está en la puerta el tiempo inmutable, aquello eterno. Es un tiempo llanito(sí, sí, la contradicción con el cerro la entendimos todos) concreto, de minutos dulces que pasan con 60 segundos cada uno, para usar y disfrutar, cuando se pueda, lo que se pueda, y aprender, y aprender. Es un tiempo llanito, pequeño de meses y obligaciones, de metas y vericuetos, chiquito y aplastado por un enorme cerro que está ahí, ahí, y es tantas cosas que se llaman amigos, sueños, amores, almitas queridas, utopías, luchas... Pero sobre todo es un tiempo escalera... lo intuyo, no muy inclinada, pero qué lindo que no lo sea así se puede respirar el camino, y no hay vértigo, porque es ancha la escalera, y si quiero no me acerco al borde, y si quiero miro el paisaje, y si quiero, es un cerro, que está ahí, porque yo lo sé, porque estuve, porque estuve ahí.