miércoles, 1 de junio de 2011

Tres minutos y un río.

En tres minutos cuento algo. Y pienso en mí, obvio, porque es más fácil y directo que pensar en otros… por las cosas que voy viviendo, no porque haya sido así siempre. Acá hay bocinas, y sueño, mucho, pero estoy tan de pie, aunque no se crea, porque es bien difícil teclear cuando se está parada. Basta de huevadas, cuando estaba en el colectivo me quedé dormida, y no soñé con vos porque hoy por hoy ese vos se difuminó, no existe. Voy disfrutando del cuerpo en sus múltiples dimensiones, a veces soy sólo cuerpo, soy mi cuerpo y juego, y percibo, y vivo. Soy la percepción misma de las múltiples sensaciones que despiertan en mi piel los otros cuerpos. Ay, como si fueran tantos, no, soy más bien una analista prolija, no son todos a la vez ni tan seguidos, de vez en cuando, como un ejercicio hermoso que mantiene en tensión mi piel, mi percepción, mi epidémica, jaaaaaaaaaaa, quise decir epidérmica y dije epidémica percepción. Pensemos entonces, qué sería una percepción epidémica, no se refiere para nada a una epidemia de percepción, sino más bien a una especie de percepción panóptica, omnipresente, que se expande como una masa amorfa, como una plaga, como una epidemia. Y la percepción se expande, se ejercita, y percibo mi cuerpo desde dentro y desde fuera, lo voy aprendiendo a percibir disfrutándolo cuando lo muevo, cuando lo rozo, cuando lo fricciono, cuando lo dejo en reposo, cuando lo tensiono, cuando lo expongo, cuando dejo que haga lo que vaya queriendo. Pero ahí siempre también el análisis, este bendito análisis que toma un acto fallido y lo desgrana, pero también ahora, por suerte, el otro análisis, que es perceptivo per sé, que percibe, y vislumbra el curso que debe tomar el asunto y simplemente se deja llevar, porque sabe de antemano de debe hacerlo así, que es el imperativo del momento, hermoso imperativo que anda derribando puertas con patadas voladoras. Bien sé que la voladora no es la patada sino yo misma, y que cuando se acabe el cielo he de caer, he de chocar, pero mientras tanto, mientras tanto… No puedo creer que halla tanto más arriba, tanto más cielo, tanta más claridad, y casi me ciego y me confundo, y dejo de ser, pero al mismo tiempo soy más que nunca. Pierdo mis contornos, en tanto límites, porque soy un poquito ilimitada, porque me desbordo y es maravilloso. Y aún así, difuminada, diseminada, me siento más yo que nunca. El muñeco de sal, el muñeco de sal, y el mar es la vida, no solo La Vida, esa que se impone más allá, sino también, también, ésta, que está acá, y puedo andar, hacia delante chapoteando penosamente, hundiéndome y temiendo, Mujer de poca fe, o puedo por el contrario hundirme más y bucear sin dificultades, y saltar como un delfín y volar bien alto, o hacer la plancha y dejarme llevar, como a upa, como a upa, y dejarme llevar, y saber bien claro que aunque no vaya mirando el camino, no pierdo la dirección, porque el curso del río y mis brazos me guían, pero sobre todo el río, el río…. Y yo, Mujer del río, voy ahí flotando/volando… Y ahora sí creo que pasaron más de tres minutos.