sábado, 26 de diciembre de 2009

Bees and Love

En fin, como de costumbre dejé pasar más tiempo del necesario para asentar en palabras aquella situación intempestiva y aterradora de las abejas. Ahora, desde un perfil más analítico que místico pienso que quizá todo se trató de una invitación a continuar reflexionando acerca de esto de la mano y la miel... aunque ahora que leo estas precisas letras creo que lo místico sigue ahí intacto. Hoy me encontré con un cadáver más. Cuando lo tomé entre mis manos lo primero que pensé es que nunca termino de limpiar por completo por más barridas que le dé a mi cuarto y trapos con Poett con aroma de latidos del corazón que pase. Casi al unísono se me presentó la incógnita temerosa por el aguijón, que evidentemente no estaba. Ufff, y sí, quizá fuera la que quedó viva, la séptima abeja, o quizá simplemente alguna de las otras que olvidé tirar a la basura, pero no puedo dejar de temer que, aún muerta la séptima guerrera, su aguijón perdido vaya a clavárseme en el talón provocándome el temido episodio alérgico que dio origen a tan absurda batalla. Bueno, ordenemos un poco las cosas. Primero era muy temprano de mañana, un sábado de esos que decido dormir y dormir sin parar y evidentemente no lo logro, por H o por B, o como en este caso, por un enjambre de abejas anidando en... no quiero apurarme a contar las cosas. Entre sueños oigo un zumbido," mosquitos no pueden ser, desde el dengue que duermo con el aparatito bendito". Era un zumbido pesado, gordito. Pensé que sería un moscardón, pesado, gordito. Recordé a una monja gallega que nos cantaba de adolescentes una canción que decía así "Alegres las mañanas que nos hablan de Dios, a-legres, las ma-ñanas, el diablo está en tu oreja, te está diciendo, no te levantes, sigue durmiendo." Quizá este zumbido sería eso, una señal divina para despertarme. Como también me molestaba la luz que entraba por mi entreabierta persiana decidí hacer el supremo esfuerzo de levantarme, para cerrarla apropiadamente, o cuando menos hasta donde los agujeros de la misma me lo permiten... (tren pedazos carcomidos de madera son atravesados por el sol cada amanecer). "Ay, mirá, una abejita, pobre abejita no puede salir" Y en un arrebato de solidaridad GreenPeace decido abrirle la persiana para que salga, cerrando la ventana para que no entre. Estaba en ese espacio límite, limbo, ni adentro ni afuera. "Dale, dale, salí, sé libre" Y la abeja estúpida no quería salir, se golpeaba contra la ventana tratando de entrar. "Pero qué abeja imbécil"-Espero, se va, vuelve, golpeo el vidrio, se va, creo yo. Vuelvo a la cama, contenta, sumamente feliz de mi accionar altruista que libertó a una abeja. Pero ahí está el zumbido, más pesado, más gordo. Entonces eran dos abejas, y están decididamente dentro de mi cuarto. Tengo miedo, pero debo accionar, tengo que matarlas porque soy alérgica. Tomo una ojota e intento matarlas, vuelan. Sin pensarlo demasiado me armo con el desodorante de ambientes que estaba en el baño, luego pensaré que esto lo heredé de mi madre, ella me enseñó a luchar con todo tipo de insectos. Rocío con el aerosol perfumado a las abejas, se atontan, las golpeo, las golpeo, siguen vivas, las aplasto, mueren, las llevo a la basura y ya no tiene sentido seguir durmiendo. Bueno, quise ser solidaria con las abejas y me atacaron, ya está, esto debiera aprenderlo para toda la vida, "No ayudes a nadie porque después te cagan"... mmm esto me suena a mi abuela quizá. Me cruzo hasta el chino de enfrente a comprar algo para desayunar pero también más desodorante de ambientes, no sea cosa... Encontré uno hermoso I love you, así se llama la fragancia, como ese cantito "te quiero te adoro te tiro al inodoro". Siento que de a poquito voy entendiendo todo. Vuelvo a casa y prendo la hornalla izquierda para calentar agua para el mate. Desde la cocina escucho de nuevo el zumbido, primero dudo de mi cordura, pero está ahí el zumbido, y no es en mi cabeza, es un zumbido, casi violento, arrebatado, pesadísimo, obeso. Me acerco tímidamente a mi cuarto y veo otra abeja, ya estoy armada, pero solo con mi ojota. Son dos, son tres, Dios mío, son cinco, es un enjambre, son cinco no puedo con tantas, huyo. Cierro la puerta de mi cuarto, y pienso en Casa Tomada. Ya se van a ir, pero si se van entran por la otra ventana que está cerca, no puedo dejar el cuarto hasta que se vayan, tengo que ser valiente, tengo que arriesgarme. Son siete, es un número bíblico, es una guerra santa. Son las siete plagas del subdesarrollo que no alcanzaron para siete diferentes sino siete de un tipo. Busco una octava para no caer en el delirio místico pero no hay caso, son siete, siete!!!. Vuelvo a pensar en la canción de la monja, siempre creí que el diablo era un mosquito, pero son abejas, ufff, y con lo que me gusta la miel, qué cagada. Tomo el I love you recién comprado, mierda, me dejé las ojotas en el cuarto, bueno, pruebo el arma para asegurarme que esté lista. En cuanto abro la puerta una de las turras me quiere atacar, la rocío con el aerosol, y en un movimiento estratégico que vi seguramente en Matrix alcanzo la ojota y la mato. Rocío violentamente a sus compañeras, cayeron ya tres, faltan aún cuatro. Dos inconcientes se posan en la pared, la ojota les calza justo, bang, mueren. Mueran malditas!!! Van cinco, quedan dos, por lo menos de lo que veo. Estas ultimas son las más bravas, rápidas y aguerridas. Rocío, mientras toman coraje para volver, el taparrollo de la persiana a ver si hay más allí, todo I love you, la fragancia de la victoria o la derrota, I love you, tomá turra, ahí va una más, que cae, después recogeré los cadáveres, evidentemente no todos. Soldado que huye sirve para otra guerra, la última, se va, se va, no logro alcanzarla. Sé que volverá con refuerzos, lo temo, lo temí hasta hoy que encontré este último cadáver, pero no debo dejarme confundir, no sería de extrañar que hayan enviado un fiambre de algún panal enemigo solamente para distraerme, para volver cuando me encuentre desarmada, cuando haya perdido las ojotas, o sobre todo, y esto es lo que más miedo me da, cuando I love you se haya acabado. Igual, por el momento, puedo cantar victoria, canto bajito, no sea cosa que se enteren otros bichos y quieran desafiarme. Bah, y si lo hacen aquí estaré, con mi ojota en la mano derecha y el I love you en la izquierda, siempre lista, preparada para cualquier batalla. A menos, claro, que pise el aguijón del cadáver que les contaba y bueno, no pueda contar la historia.

domingo, 13 de diciembre de 2009

ante la posibilidad de la siesta dominguera

Ahí la siesta, como esperando, como urgencia, como un lugar común pero tan pero tan deseado. Podría pensarse, desde afuera, que es una cavilación, una pérdida parcial, un error. Dormir, dormir. Podría pensarse, desde adentro, que es una cavilación, una pérdida total, un gravísimo error. Desde dentro todo se exagera tanto, tantísimo. Dormir, dormir. Media sonrisa para mí mísma, sin necesidad de mirarme al espejo para saberme mediosonriendo, puedo percibir sin visión, ni tacto dactilar la comisura derecha de mis labios alargándose, y contrayéndose por tanto la mejilla correspondiente, achinándose ese lateral ojo, y así, los músculos necesarios para tal gesto. Dormir, dormir. Si tu piel es también como la miel fenomenológica, que toca la mano, y no es la mano que toca sino es tocada por la miel, la piel que se construye en ese contacto, que es más que límite, que es contacto, y aunque no lo percibas vos, sí, tu piel, sí tu piel. Y ya, me quedo con ella como una pequeña reliquia, no porque seas un santo, Dios sabe que no se trata de eso, sino porque lo sagrado, y también por qué no lo profano, está acá en este instersticio epiteliar, cuando puedo decir ahora que no hay contacto, que sólo se siente una prescencia que quizá, estimo, no sea tal, sino la deformación idiota de estas ganas de... Dormir, dormir, dormir. Apagáronse aquellas luces subfluviales que me llenaban los ojos, que me impedían parpadear. Después del vértigo y la obnubilación queda una sensación de vacío y espera, de pie izquierdo movíendose atento a las circunstancias, de esperar lo inesperado que con seguridad debiera suceder. Entonces la contradicción, la contradicción, como la única forma de explicarse. La realidad, la fantasía, una misma. Allá adelante tantos años y tengo miedo. Acá atrás, tantos años, y son tan pocos, y me quisiera llorar toda la vida. Acá, ahora, este instante que se va y se va, sin que lo pueda nombrar siquiera. Y yo en el hueco de este tiempo inverosímil, este tiempo pretendido, tanto como la deconstrucción de mi deseo, de mis ganas y no ganas. Este tiempo inverosímil y yo en las grietas entre medio, deslizándome de golpe hacia una proyección que no alcanzo, retrayéndome de pronto a la cumbre borrascosa de ese dolor punzante real o nostálgico. Y yo en las grietas, haciendo equilibrio, cayéndome de pronto, pero esto no es dormir, dormir es suspender el tiempo, es decir pido gancho, es que no me toquen porque estoy en casa... esta última frase... señor diván, señor diván. ¿Y si cambiamos las reglas de la mancha?