domingo, 13 de diciembre de 2009
ante la posibilidad de la siesta dominguera
Ahí la siesta, como esperando, como urgencia, como un lugar común pero tan pero tan deseado.
Podría pensarse, desde afuera, que es una cavilación, una pérdida parcial, un error. Dormir, dormir.
Podría pensarse, desde adentro, que es una cavilación, una pérdida total, un gravísimo error. Desde dentro todo se exagera tanto, tantísimo. Dormir, dormir.
Media sonrisa para mí mísma, sin necesidad de mirarme al espejo para saberme mediosonriendo, puedo percibir sin visión, ni tacto dactilar la comisura derecha de mis labios alargándose, y contrayéndose por tanto la mejilla correspondiente, achinándose ese lateral ojo, y así, los músculos necesarios para tal gesto. Dormir, dormir.
Si tu piel es también como la miel fenomenológica, que toca la mano, y no es la mano que toca sino es tocada por la miel, la piel que se construye en ese contacto, que es más que límite, que es contacto, y aunque no lo percibas vos, sí, tu piel, sí tu piel.
Y ya, me quedo con ella como una pequeña reliquia, no porque seas un santo, Dios sabe que no se trata de eso, sino porque lo sagrado, y también por qué no lo profano, está acá en este instersticio epiteliar, cuando puedo decir ahora que no hay contacto, que sólo se siente una prescencia que quizá, estimo, no sea tal, sino la deformación idiota de estas ganas de...
Dormir, dormir, dormir.
Apagáronse aquellas luces subfluviales que me llenaban los ojos, que me impedían parpadear. Después del vértigo y la obnubilación queda una sensación de vacío y espera, de pie izquierdo movíendose atento a las circunstancias, de esperar lo inesperado que con seguridad debiera suceder. Entonces la contradicción, la contradicción, como la única forma de explicarse. La realidad, la fantasía, una misma.
Allá adelante tantos años y tengo miedo.
Acá atrás, tantos años, y son tan pocos, y me quisiera llorar toda la vida.
Acá, ahora, este instante que se va y se va, sin que lo pueda nombrar siquiera.
Y yo en el hueco de este tiempo inverosímil, este tiempo pretendido, tanto como la deconstrucción de mi deseo, de mis ganas y no ganas. Este tiempo inverosímil y yo en las grietas entre medio, deslizándome de golpe hacia una proyección que no alcanzo, retrayéndome de pronto a la cumbre borrascosa de ese dolor punzante real o nostálgico. Y yo en las grietas, haciendo equilibrio, cayéndome de pronto, pero esto no es dormir, dormir es suspender el tiempo, es decir pido gancho, es que no me toquen porque estoy en casa... esta última frase... señor diván, señor diván.
¿Y si cambiamos las reglas de la mancha?
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