viernes, 2 de mayo de 2014

Como decía un catalán.



Al volver esa noche vi una chalina verde colgada del picaporte de la puerta de mi habitación. Supe de inmediato que era una mujer. Estaba hablando de mí misma, claro está, mi sorpresa fue mayor aún al reconocerme en esa chalina colgada, casi por descuido, allí, en el picaporte de la puerta.
No recuerdo haberla dejado ahí, alguien más lo debe haber hecho por mí. Seguramente esta mujer, que soy yo, que se supone que soy, que usa chalinas verdes, y que las deja colgadas en los picaportes de las puertas de dormitorios espero que nunca ajenos aunque de vez en cuando…
Menos que menos reconozco mi trazo enm la forma de dejar la chalina colgada, casi como de cualquier mujer, casi como natural, con esa forma que tienen las mujeres adultas de dejar las chalinas en cualquier picaporte con la mismísima naturalidad que si se tratara de sus propios cuellos. Yo no soy así, yo suelo ser tosca, torpe, nada parece fluir, ni siquiera en las chalinas, están por ahí, sé que tengo varias, las voy encontrando bajo mucha otra ropa, colgadas es cierto, pero lánguidas, desesperanzadas. Esta chalina verde de mujer adulta estaba completamente viva. Eso me sorprendió.
Desearía que no fueran las tres de la mañana, desearía no tener que levantarme temprano, para tomar la chalina y jugar un rato con ella. Quizá pondría música y bailaría con la chalina. Y de algún modo esta niña con la que vine de la calle, que claro está soy yo misma, se familiarizaría con esa mujer adulta de chalina. Quizá en el baile incluso se confundan y vuelvan o comiencen a ser una sola. Quizá se lleven bien. Quizá yo, que soy ellas mismas, pero soy bien otra, bailando con ellas y con la chalina, pueda dejar de llorar y llorarlas, viéndome tan lejos y tan sola.