Hoja en blanco.
No temo.
Ayer lloré una angustia vieja. Me supo agria.
Supe sacar de ahí lo que no correspondía, pero no pude dejar de mirarlo.
Una relamida fría recorrió mi pecho.
Estuve ahí, esperando.
Maldije tantas veces la hora de la espera, que ahora no puedo esperar con paz.
Ese sabor agrio invadió mi garganta. Llorar, llorar. Estoy tan cansada, llorar también me inunda de aromas de antes, de olores alcanforados.
A mi alrededor todo se ordena. Es la amargura en mi garganta la que grita el desconcierto. Yo siempre fui la que no sabe ser amada.
Juro solemnemente no ser más yo, y ser un poco como el resto del mundo. Que vive y sufre, poquito, mucho, nada.
Esa capa arrugada que me cubre los ojos, todo fue hecho, dicho, y fue tanto que no puedo dejar de repetirlo.
Repetirlo para no olvidarlo, y no olvidarlo para que su vuelta no me tome por sorpresa.
Saber que estoy hablando de todo a la vez, y esperar que las yemas de mis dedos puedan con la velocidad de lo superpuesto.
De repente desperté frente a mil puertas. Sé que no podré abrirlas todas y pasar. Quisiera jugar, quisiera que todas dieran a un mismo jardín, y que fuera idéntico y distinto atravesar cualquiera. Poder volver, cuando me plazca, y el viento, y el viento.
Quizá sea así, quizá detrás de todas estas puertas hay un jardín, y no aquéllas bóvedas húmedas y oscuras que edificó mi angustia. Quizá salir es perder la angustia. Pero el amor duele tanto que se le parece. Y dudo.
Me llenaré de distracciones para evitarme. Pero algo me llama al silencio esta vez. Algo me dice a los gritos que debo descansar antes de partir.
No lloro cuando duermo. Eso hay que des ta car lo.
Verteré las lágrimas que quedan en una cantimplora, para lo que sea que me espere tras las puertas que decida cruzar. Cerraré los ojos y daré algunas vueltas, mareada atravesaré la que pueda, tanteando, para no golpearme. Todas allí, y yo de este lado. Pero esta vez es diferente, esta vez sé que camino.
Entonces lo amargo, lo ácido, lo agrio, como quien regurgita antes de tragarse el orgullo, el terror, el veneno. Y quizá sea eso que vuelve, como un recordatorio, para no volver.
Y no saber, mareada ya de tantas vueltas, quién va,
--------------------------------------------------------------quién vuelve.
Qué puerta, qué espera, qué angustia, qué miedo.
Me aferro al piso con las uñas hasta que todo pase, con los párpados apretados. Siento en mi cuello y en mis hombros la brisa de las puertas que se abrieron solas por mi vendaval. Me quedaré aún un rato, cegada. Hasta que decida ponerme en pie y caminar en diagonal, a donde me permita el equilibrio.
sábado, 26 de enero de 2013
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