domingo, 26 de julio de 2009

Acerca de la ola polar

Y al final parece que no va a nevar nada. Hubiera estado bien, casi que yo necesitaba que nevara un poco. No sé bien por qué, pero necesitaba eso. O más bien sí sé por qué, como sé todo porque soy una neurótica enferma obsesiva que reconoce y etiqueta cada estado de ánimo, pero la verdad la verdad, me parece que no viene al caso contarlo, o si viene al caso no tengo ganas. Ayer estaba ahí ese tren casi mágico, iba tan despacio, y no quiero hablar de eso, pero si no hablo lo sueño y estoy bastante aburrida de soñar así, pegadito a la realidad, cosas tan obvias, aunque tengan una hilación inesperada, obvias al fin, porque no necesito recurrir a etiquetas nuevas para ordenarlas. Entonces debiera admitir que lo que ando buscando no es orden, sino todo lo contrario, un quilombo madre, madre!!! un quilombo ando buscando, desordenar todo, y no tener que.... no tener que... Pero la otra, esa etiquetadora insolente, va recogiendo papel tras papel, y ordena y justifica. Entonces le voy a bailar un reggeaton violento en la cara, a esa etiquetadora insípida. A ver si puede etiquetarme estooooo. .... No, la nieve, la nieve, debiera haber nevado, era casi una urgencia. Porque todo tendría sentido entonces, afuera y adentro se alcanzaría el bendito equilibrio homeostático. Y debiera detenerme en esta magnífica contradicción, entonces, busco equilibrio o desequilibrio. Leo, lo que escribí y comprendo, como todos ustedes, lo inútil de cualquier reflexión acerca de ello. Ambos dos extremos (si pueden considerarse tales), ambos estados son abstracciones. No existe tal cosa como el equilibrio perfecto, y tampoco su total contrario, dado que el completo desequilibrio, total, supremo, daría lugar irremediablemente a una nueva situación de inestabilidad equilibrada, dinámica si se quiere, pero un volver a empezar con ese proceso de tensión constante. No voy a poner ejemplos, pero todo lo que cae de algún modo entraría, piénsese en cualquier cosa que puede caer, una vieja de un bondi, una moneda en la alcantarilla, la nieve... y quizá por esto, por esto... Entonces lo circular es una forma poética, estética de seguir buscando aquello del equilibrio-desequilibrio, de etiquetar en movimiento, de los extremos ambos pero nada en el medio, y qué mejor forma de alcanzar aquello, que tomando todo, toda la superficie en el medio, y no sólo el diámetro o el radio, toda la cuperficie, y entonces, ya no hablamos de circunferencias, sino de círculos. Me cuesta pensar en volúmen (ja, quizá por eso escribo y no ando diciendo esto o no con tanta asiduidad bah, es mentira, quise jugar con eso del volúmen y es mentira). Voy a decirlo más claro, me cuesta pensar en cuerpos. Chaaaaaaaaaan. Señor Freud, a ver si me analiza esto. Tengo varias amigas que constantemente me dicen "A vos te agarra un analista y te hace mierda". No necesito un analista para que me haga mierda, digo, es medio evidente. Me-cuesta-pensar-en-cuerpos. A ver, yo arrancaba hablando del círculo, y pensé en una esfera, y no podría continuar la metáfora del equilibrio en las tres dimensiones, entonces aparece la variable psicoanalítica y pienso que quizá esto del cuerpo, la palabra en sí, polisémica como todas va más allá de la metáfora matemática. Contradition woman, como antropóloga quiero dedicarme a la antropología del cuerpo. Entonces será porque me cuesta, porque quiero hacer todo lo que me cuesta, porque no soporto que algo no me resulte fácil. No, no soy tan soberbia, hay mucho, muchísimo que no sé hacer y no me interesa aprender, o sí y reconozco mis limitaciones. Pero el cuerpo, me cuesta mi cuerpo, me cuesta el cuerpo de los demás. Entonces sale la insolente etiquetadora y se sienta frente a todos los libros que se le crucen por el camino y recorta palabritas difíciles, lindas, neologismos de todas las clases y colores, para tatuar por ahí y tatuarse. Entonces Estas tetas mías que me gustan tanto las llamaré Pecho (Sr. Freud) y sabré que en esta teta me siento mujer porque la madre, porque la mónada, porque la libido, porque la mar en coche. Entonces a este culo que gracias a Dios está detrás y no miro lo llamaré... cómo puedo llamarlo... no, el culo es culo, acá y en cualquier lado. Y no puedo ponerle etiquetas porque está muy lejos mío. Entonces a mi dolor de brazos cuando no puedo abrazar o tocar o lo que sea que tenga ganas de hacer lo llamo trauma o fantasma o, en el mejor de los casos, formas de cortesía impuestas, dispositivo. Qué loco! decir abrazo me suena tan pero tan naiff (se escribe así?), pero decir teta y culo está bien, decir abrazo ya no. Tampoco queda lindo decir que si nevara me pondría a llorar pensando en... lo imbécil que soy, porque pensar en... sería un excusa, para lamentarme de mí misma, para esconderme tras la nieve, para buscar excusas rituales para cerrar puertas que mantengo abiertas con mi propio pie. Y ahí voy de nuevo, cubierta con túnicas de colores fosforescentes, con todo tipo de máscaras étnicas que permitan el nuevo ritual de cierre, y ahí nomás, no sé si la neurótica etiquetadora, o la que busca el desequilibrio, pone el pie para evitar el portazo (tiendo a creer evidentemente que la actitud ritualista está más relacionada con la etiquetadora, y que la del pie, la del juego, la de la nieve y el llanto, y la misma que anda diciendo que no puede pensar en cuerpos pero piensa en y desde el cuerpo constantemente, es la otra, que es más jodida al fin y al cabo si nos ponemos a pensar un segundo). De todas formas no nevó y ya está por terminar la ola polar.

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