domingo, 6 de noviembre de 2011
emotions
Ya quedan muy pocos días por caer. Ansío y temo. Cuando el calendario termine veré la puerta, ahí, como una provocación insolente.
Dejé las palabras estancadas hasta tu vuelta. Y me obligué a olvidar que volverías. Para poder vivir en el medio, un poco aunque sea.
Pensar en mí. Pensar en mí. Pensar en mí.
Lo dije tres veces y siento que en el espejo a mis espaldas aparece el monstruo verde. Siempre verde. Pero no me da miedo lo verde, sólo lo aborezco.
Todo lo que odio de mí está ahí, cada vez que lo miro. Y ayer no me di cuenta, como no me doy cuenta casi siempre de las cosas, hasta que luego, a la distancia miro y analizo.
El púber decía que los sentimientos son acá (mano en el pecho) y las emociones son acá (mano en la frente). Todos dudamos, los sentimientos en el pecho... en eso hubo acuerdo, y la metáfora de la sangre, y lo que circula por dentro. Pero la mano en la frente quedó muy corta. Hubiera sido un poco engorroso tocarse todo el cuerpo para denotar dónde se ubican las emociones, y estuvo bien que así no se hiciera, pero lo cierto es que para llegar a la frente, a escribirse de tal modo que cuando una se mire al espejo pueda leerlas con claridad, las emociones deben ser dormidas a la fuerza, hipnotizadas, o extraídas con pinzas quirúrgicas. Eso o esperar que se entibien. No hay espejos que expliquen el momento de fervor.
Y esto lo escribo con la frente, qué alivio no sentir cuando no se siente.
Y escribo sentir y ahí nomás quisiera llorar de nuevo.
En el colectivo pasó de repente. Sentí miedo, mucho. Era estúpido, lo sé, pero sentí miedo. El loco se subió a gritar que nos iba a matar a todos, que todo era una mugre, que vendría por nosotros y por nuestros hijos. Y yo tuve miedo por los hijos que no tengo, porque entendí la amenaza. La escena no podía terminar bien. Y yo me bajé antes del colectivo. Porque estaba llorando, porque no mirarlo de frente y rezar y rezar, no fue suficiente para detener la angustia. Me quedaba por delante una hora de viaje, y el loco ahí, pegado a mi hombro. Si él no terminaba matándonos a todos terminaría yo, no podía tolerarlo, la presión adentro de mi cabeza crecía y crecía, y estaba tan pero tan sola. Quisiera que el señor que viaja al lado mío me abrace pero no quedaría bien. Me pego a él, como si su cercanía fuera a protejerme... el loco está pegado a mí, como si mi cercanía fuera a permitirle... Todos nos pegamos. Y yo siento mucha envidia por la gente que recién se sube, porque pueden decidir, pueden elegir, pueden irse lejos. Y siento mucha intriga por los que viajan como yo porque nadie dice nada. Y el loco grita, grita, que la presidenta está sola que pobre la presidenta... y sólo eso me faltaba. Tengo miedo de empezar a gritar yo, de ser tan loca como él. Y siento que soy la que está más expuesta, sólo a mí me toca el loco.
Me bajé del colectivo, en cualquier lugar, lloré mientras caminaba. En Chacarita. Caminé hacia el cementerio y me sentí dudosamente más segura. Los muertos no gritan, no joden. La gente, el ruido, el smog profundo. Puedo llorar y nadie lo nota. Quiero estar en casa, quiero meterme en la cama y dormirme, mucho, mucho. Quiero que me pasen cosas lindas. Quiero que me pasen cosas lindas. Quiero que me pasen cosas lindas.
Digo esto tres veces y en el espejo no se aparece nada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Excelente. Gran retorno.
Publicar un comentario