Vivir mil vidas en una vida.
Cada día que se aproxima veloz, y la toma de decisiones es un instante, en un aquí y ahora que no puedo separar. Y pongo mis brazos extendidos para tomar distancia como me enseñaron en la escuela, pero entonces estaba la maestra diciendo que no había que agarrar el hombro del compañero, que solo era una forma de medir la distancia oportuna, y yo pensaba en eso, pero ahí estaba el juego, y tomar el hombro del compañero, hasta que interioricé la regla, y la medida, y no tuve que extender el brazo para tomar distancia.
Ahora que todo está tan cerca que más que ver puedo oler y oir, me siento un poco desorientada. Debería concentrarme en los olores, para aprender a guiarme, cuando todo está sobre la cara, sobre los ojos, no sirven para mucho. Mejor cerrarlos, mejor confiar en el olfato, en el tacto. Cuando no hay distancia, sólo queda el tacto.
Dejé en el otro cuarto un desorden inconmensurable. Y todo remite a lo mismo, a las medidas. Lo inconmensurable no se puede, no se puede. Ese bendito control no existe en el terreno de la incertidumbre. Nostalgia las certezas mentirosas que me guiaban. Aún así tropezaba, porque las certezas mentían, y ahora que camino sin certezas, no me caigo, porque voy descalza arriesgándome a un dolor ahí en la planta del pie, ahí en el arco, ahí entre los dedos. Pero ese dolor, que es tacto, me alertará, me dirá, me explicará el camino. No, en nada se parece a ese otro dolor de la caída, este es un dolor en movimiento, de la constante pérdida de lo que se deja, porque se avanza, de los miles de nacimientos a tantas cosas diferentes, y entonces está bien volver al tacto y un poco al olfato, porque esos fueron los sentidos únicos que nos guiaron, aún cuando, bendito sea nuestro proceso evolutivo, teníamos la cabeza abierta para que crezca el cerebro. Hoy también, un poco, a costa del techo que me marcó un límite, y yo quise ponerme igual de pie, torpe como de costumbre, y me abrí la cabeza, pero también llegué hasta la ventana, esa que estaba igualmente abierta, entonces, aturdida aún por el golpe, me senté en el borde. Y no miré para abajo, ya había mirado mucho hacia abajo, me senté en el borde y confié en que podría levantar una pierna, y luego la otra. Y confié en que podría caminar por mi jardín, que no necesariamente es un abismo lo que está bajo la ventana. Eso precisamente, que no necesariamente es un abismo lo que está bajo la ventana.
Y ahí, un poco lejos aún, un poco improbable por la noche que se obstina, un poco sin conocer el aroma o la textura de la madera, esa cerca (busqué la palabra que quería decir, la pensé en inglés, y no la reconocía en castellano, claro, es una contradicción más hablar de la cerca que aún se encuentra lejos). Y llegarme hasta ahí, con los tilos que inundan mis fosas nasales, con los pastos que mojan mis pies, con este amanecer que se anuncia en mis hombros. Y llegarme hasta la cerca, posar mi mano sobre los nudos, oír el chirrido oxidado. Y abrirla.
lunes, 26 de noviembre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
incertidumbre y concentración
El agua que cae como una condena ahí afuera. Hoy se fue la luz un buen tiempo. Pero eso del buen tiempo es casi una provocación, porque llueve de un modo incontrolable, sostenido e insoportable.
Decidí llevar el paraguas que estaba a punto de romperse, para que se rompiera del todo. Y por supuesto, se rompió.
Necesito desprenderme de todo, pero no lo hago. Esta vez no quiero irme.
Cuando se dan las oportunidades parecen obsequios, pero no lo son. ¡Cómo nos cuesta admitir lo que se merece! Nací con los puños cerrados, acostumbrada estoy a pelear, entonces cuando me acarician, cuando de a poco me acarician la mano y se va soltando, y se va a abriendo. Y ahora entiendo por qué la tendinitis, y por qué el dolor, porque es ese puño que tan cerrado, que tanto tiempo, y hoy que lo voy abriendo me duele tanto, de tantos años, de tanto dolor.
Ahí en el estómago hay una ansiedad indescriptible, no la describo pues. Está ahí.
El otro día lloré, mucho, casi del mismo modo en que cae esta lluvia. Pero dicen que es un temporal. Entonces pasará, y pasó, pero temporal también remite a algo grave, a chapas que se vuelan, a casas que se inundan y colchones que deben ser arrojados en la calle. Secar lo reutilizable y seguir, y seguir. Y aprovechar el espacio, el nuevo espacio que es el mismo pero tan otro, después del temporal.
Recuerdo lo dicho acerca de la ciudad después de la lluvia, y las bocinas, y los ecos, pero la cuestión es que acá llueve aún, pero esta lluvia, aún molesta, aún pesada, me moja y se lleva el peso con ella, no se queda para hacerme tiritar de frío. La dejo ir a la la lluvia, luego de tocar mi cuerpo. Y no siento frio, me seco el frío y agradezco la tibieza. Entonces soy más liviana, puedo mirar a través de esta lluvia. Como quien descorre una cortina. Como quien pone la cara en la cortina bien pegada a la ventana, y toda cortina es algo translúcida, entonces se puede ver, siempre se puede ver.
Respirar, despacito, no como quien está por dejar de respirar, sino como quien disfruta esa bocanada de aire húmedo, ese tilo que se interpone entre la podredumbre de lo inundado y los sentidos. Eso que puede ser hermoso si se quiere, y se quiere.
Andaré por el borde ese que te contaba, y no tendré el miedo de antes. Tendré un miedo nuevo, porque lo sentiré con mi piel y reconoceré mi piel mía y no ajena. Entonces esta mano puede dejar de doler, porque puedo hacer algo al respecto, no sé qué pero puedo.
Algo no se concluirá en lo que se escribe, porque esta lluvia es contínua.
Navegar en la incertidumbre
Más bien dejarse llevar
Como quien hace la plancha
Como quien deja de patalear y se dispone
A controlar la respiración.
Como si fuera tan sencillo.
Con cen tra ción.
Solo pensar en la sensación del agua en la espalda
Solo pensar en el aire en los pulmones y el estómago.
Pero pensar con la máxima seriedad posible.
Con solo un movimiento
Puedo hundirme
Con solo un movimiento
Puedo girar y nadar.
Con algunos movimientos más
Puedo huir y salir del agua.
Pero me quedo.
Decidí llevar el paraguas que estaba a punto de romperse, para que se rompiera del todo. Y por supuesto, se rompió.
Necesito desprenderme de todo, pero no lo hago. Esta vez no quiero irme.
Cuando se dan las oportunidades parecen obsequios, pero no lo son. ¡Cómo nos cuesta admitir lo que se merece! Nací con los puños cerrados, acostumbrada estoy a pelear, entonces cuando me acarician, cuando de a poco me acarician la mano y se va soltando, y se va a abriendo. Y ahora entiendo por qué la tendinitis, y por qué el dolor, porque es ese puño que tan cerrado, que tanto tiempo, y hoy que lo voy abriendo me duele tanto, de tantos años, de tanto dolor.
Ahí en el estómago hay una ansiedad indescriptible, no la describo pues. Está ahí.
El otro día lloré, mucho, casi del mismo modo en que cae esta lluvia. Pero dicen que es un temporal. Entonces pasará, y pasó, pero temporal también remite a algo grave, a chapas que se vuelan, a casas que se inundan y colchones que deben ser arrojados en la calle. Secar lo reutilizable y seguir, y seguir. Y aprovechar el espacio, el nuevo espacio que es el mismo pero tan otro, después del temporal.
Recuerdo lo dicho acerca de la ciudad después de la lluvia, y las bocinas, y los ecos, pero la cuestión es que acá llueve aún, pero esta lluvia, aún molesta, aún pesada, me moja y se lleva el peso con ella, no se queda para hacerme tiritar de frío. La dejo ir a la la lluvia, luego de tocar mi cuerpo. Y no siento frio, me seco el frío y agradezco la tibieza. Entonces soy más liviana, puedo mirar a través de esta lluvia. Como quien descorre una cortina. Como quien pone la cara en la cortina bien pegada a la ventana, y toda cortina es algo translúcida, entonces se puede ver, siempre se puede ver.
Respirar, despacito, no como quien está por dejar de respirar, sino como quien disfruta esa bocanada de aire húmedo, ese tilo que se interpone entre la podredumbre de lo inundado y los sentidos. Eso que puede ser hermoso si se quiere, y se quiere.
Andaré por el borde ese que te contaba, y no tendré el miedo de antes. Tendré un miedo nuevo, porque lo sentiré con mi piel y reconoceré mi piel mía y no ajena. Entonces esta mano puede dejar de doler, porque puedo hacer algo al respecto, no sé qué pero puedo.
Algo no se concluirá en lo que se escribe, porque esta lluvia es contínua.
Navegar en la incertidumbre
Más bien dejarse llevar
Como quien hace la plancha
Como quien deja de patalear y se dispone
A controlar la respiración.
Como si fuera tan sencillo.
Con cen tra ción.
Solo pensar en la sensación del agua en la espalda
Solo pensar en el aire en los pulmones y el estómago.
Pero pensar con la máxima seriedad posible.
Con solo un movimiento
Puedo hundirme
Con solo un movimiento
Puedo girar y nadar.
Con algunos movimientos más
Puedo huir y salir del agua.
Pero me quedo.
viernes, 29 de junio de 2012
Los otros astros
Pensé en la ternura. La nombré, en una noche de esas aturdidas. Salí en su búsqueda. Y la encontré, claro. Siempre encuentro lo que busco.
Pero también fui sorprendida. Ay, no quiero escribir un cuento de Bucay. Quisiera poder salir de esta lógica intimista, de lo femeneizante.
Una noche soñé que tenía un pene, era un pene como el pene suyo, era un pene conocido. Pero era mío, funcionaba a mi antojo. Claro como no sé cómo funciona, era algo así como una especie de control remoto en mi cerebro que lo movía cual si fuera un brazo. Jugaba con mi pene entonces. Me desperté triunfante. Me sentí poderosa.
Pero busqué ternura. Acepté una ternura extraña, y algo me dio fuerte en los tobillos.
No, no tengo pene. Pero soy fuerte, muy fuerte. No quiero ternura, no de esa mentirosa, no quiero palmaditas ni perfumes en el pelo, ya tengo mi perfume, mi mismísimo olor por todo el cuerpo. Huelo bien, y me perfumo, pero el perfume que me quieren poner es diferente.
No, no he de acomodarme en corset alguno, ni siquiera uno ortopédico. Soy esta masa amorfa que se dispersa. Soy esa mirada fija, que de todo duda. Y dudo porque pienso, y pienso porque existo. Descarto lo superfluo, me hundo en lo superfluo.
El vino, el vino.
La tele hace luces, sin ningún sentido.
Y cuando leas estas líneas, no comprenderás siquiera el punto.
Yo me alegro, yo me río, yo me alabo en la súplica tempestuosa que esperó consuelo.
Ser quien soy no me hace nada más que quien soy. Y no me descubro del todo.
Mis tobillos no llegan al piso todo el tiempo, solo a veces.
Cuando duerma soñaré con mi cuerpo, el mío. Y mañana amaneceré sola, de nuevo. Recuerdo poseerme como un acto de soberanía. Recuerdo encontrarme allá bien lejos, dentro mío.
Cuando quiso que me fuera y me quedara debí dudar al instante. Y confié, estúpida, estúpida. Ahora no quiero llorar, pero me cortaría el pene que no tengo, para arrojarlo lejos, porque me vulneré, me volví indefensa, porque ...
Espero que no llueva mañana, ya que quiero correr desnuda por un parque.
Espero que no dude mañana, cuando mis pies toquen el pasto.
Y espero sobre todo no caer, no caer. Preferiría antes de que suceda eso, atender a mis alertas y recostarme de espaldas, mirando el sol que nunca logra alcanzarse pero está en todas partes, en todos tiempos. Mirándote sol, que siempre estuviste, y siempre... y siempre fuiste sol.
Pero también fui sorprendida. Ay, no quiero escribir un cuento de Bucay. Quisiera poder salir de esta lógica intimista, de lo femeneizante.
Una noche soñé que tenía un pene, era un pene como el pene suyo, era un pene conocido. Pero era mío, funcionaba a mi antojo. Claro como no sé cómo funciona, era algo así como una especie de control remoto en mi cerebro que lo movía cual si fuera un brazo. Jugaba con mi pene entonces. Me desperté triunfante. Me sentí poderosa.
Pero busqué ternura. Acepté una ternura extraña, y algo me dio fuerte en los tobillos.
No, no tengo pene. Pero soy fuerte, muy fuerte. No quiero ternura, no de esa mentirosa, no quiero palmaditas ni perfumes en el pelo, ya tengo mi perfume, mi mismísimo olor por todo el cuerpo. Huelo bien, y me perfumo, pero el perfume que me quieren poner es diferente.
No, no he de acomodarme en corset alguno, ni siquiera uno ortopédico. Soy esta masa amorfa que se dispersa. Soy esa mirada fija, que de todo duda. Y dudo porque pienso, y pienso porque existo. Descarto lo superfluo, me hundo en lo superfluo.
El vino, el vino.
La tele hace luces, sin ningún sentido.
Y cuando leas estas líneas, no comprenderás siquiera el punto.
Yo me alegro, yo me río, yo me alabo en la súplica tempestuosa que esperó consuelo.
Ser quien soy no me hace nada más que quien soy. Y no me descubro del todo.
Mis tobillos no llegan al piso todo el tiempo, solo a veces.
Cuando duerma soñaré con mi cuerpo, el mío. Y mañana amaneceré sola, de nuevo. Recuerdo poseerme como un acto de soberanía. Recuerdo encontrarme allá bien lejos, dentro mío.
Cuando quiso que me fuera y me quedara debí dudar al instante. Y confié, estúpida, estúpida. Ahora no quiero llorar, pero me cortaría el pene que no tengo, para arrojarlo lejos, porque me vulneré, me volví indefensa, porque ...
Espero que no llueva mañana, ya que quiero correr desnuda por un parque.
Espero que no dude mañana, cuando mis pies toquen el pasto.
Y espero sobre todo no caer, no caer. Preferiría antes de que suceda eso, atender a mis alertas y recostarme de espaldas, mirando el sol que nunca logra alcanzarse pero está en todas partes, en todos tiempos. Mirándote sol, que siempre estuviste, y siempre... y siempre fuiste sol.
domingo, 10 de junio de 2012
Una luna naranja y tibia
Me dijo esperanza. Y la palabra flotó en el aire hasta llegar a mi pecho. Fue una sensación cálida, sorpresiva. Tuve que llevar mis manos abiertas hasta ahí, para que no se escape. Pero la palabra vino a sellar una sensación que era mía previamente. La palabra que es del mundo exterior, que es siempre ajena aunque sea pronunciada por mis labios, sólo es articulada, existía previamente, afuera, tal como existe la sensación, adentro. Y decir sensción es decir una palabra que no expresa por completo lo que es eso, que existe dentro, que es un poco reacción ante el mundo, pero sobre todo producto original de nuestras vísceras. Eso, que digo sensación, que me dijeron esperanza, que no sé cómo se llama pero es tibio o tibia y es mío o mía, y está acá en el pecho, pero se extiende por todo el cuerpo, eso tomo con mis manos, con un estúpido temor a que se me escape.
Y no cuestiono cuando digo temor, o estúpido, porque lo quiero ajeno. Cuestiono el nombre de esto tibio, porque lo quiero mío.
Pensé en un color, y no era verde. Era más bien naranja. Mi esperanza, o esto tibio, es naranja. Como la luna que canta nanas en el pizarrón de primer grado. Mi esto tibio es naranja y es una luna, y es mío o mía. Y le digo luna, porque me parece que es más exacto que decir esperanza. Entonces mi luna es naranja y tibia, y está en mi pecho, pero se expande por el cuerpo.
Yo tengo una luna naranja tibia. Es sorprendente. Yo que siempre pensé que en mi pecho sólo había lunas grises o negras, que de poco servían más que para apretarme las tripas cuando lloro. Puedo decirlo ahora porque alguien allá afuerta le puso nombre, alguien dijo esperanza, pero yo digo luna naranja tibia, y es mía.
Y suelto mi pecho, porque no se va a escapar, porque las lunas no se escapan, giran un poco dentro nuestro en este caso, pero están ancladas a mi eje, a mi centro... Luna ¿Dónde está mi centro?.
Sonrío. Esto es una sonrisa. Porque es una expresión al mundo y se llama sonrisa. Sonrío por la luna, pero eso el mundo lo sabe ahora que lo escribo. De otro modo quedaría exclusivamente como secrteto entre yo y mi luna.
Piel. Entre mi luna y el mundo. Piel. Entre el mundo y esas otras tantas cosas que no tienen nombre pero sí colores y texturas, y sobre todo temperaturas y humedad. Piel entre el clima y mi clima, y, a veces, solo a veces, equilibrio térmico.
Digo piel. Sin agregados. Piel. Y un punto sigue ahí nomás, como una urgencia.
Si tocás la piel de mi pecho, que cubre el lugar exacto donde se duerme mi luna, pensé que me dolería. Y no fue así. Eso también fue una sorpresa. Mi luna naranja tibia ya no se inmuta frente a la caricia ajena, o será que esa caricia fue tan... No sé qué palabra ponerle. Iba a decir tibia, iba a decir tierna, iba a decir algo que nada tendría que ver con la caricia.La caricia fue exacta. Y la luna naranja tibia no se asustó. También es cierto que la luna naranja sabe que existe, porque alguien la nombró esperanza, y porque yo la nombré luna naranja tibia y admití que mi pecho es su órbita exclusiva. Sólo un nuevo comienzo, una explosión sin nombre podría arrancarla, arrancarme, y no sabría cómo se sucederían las cosas luego del caos. Pero no se puede prever lo caótico, no desde este centro naranja. Debería alejarme de mí, para calcular los pasos posibles que daría la luna naranja, previendo las posibles explosiones, para ubicarme donde caería, de existir esa explosión. Son puras presunciones, y aunque calcule el sitio exacto, la luna extraída de mí dejaría de ser tibia y sobre todo naranja. Es posible entonces que fuera más sencillo proponerme con los restos del espacio dentro mío recrear una nueva luna, tal vez más naranja y más tibia. Pero no, shhh, no, luna, no pensemos en eso. Hoy estás aquí, en mi pecho, y esa caricia exacta no te asustó.
Ahí al lado tuyo, pero un poco más en el cuello, ese nudo. Que se aprieta y se distiende según el color que pase por detrás de mis ojos. Se apretó un poquito, cuando hipoteticé sobre el futuro caótico. Me dá miedo perderme. Acá mis límites no son precisos, nunca lo fueron. Y eso lo sé, y es más claro cuando pienso en lo caótico por venir. Pero entonces, hay abrazos. Y esos muros de piel. Y esos muros de piel. Otra piel. Que delimita mi piel. Por eso la caricia es exacta y no asusta.
La luna naranja tibia tiene sueño. He de dormir ahora y soñar lo que sueñan quienes tienen lunas naranjas en el pecho. Y luego habré de ponerle palabras a esas entidades, para retenerlas aquí, de este lado, donde puedo verlas, y nombrarlas.
Y no cuestiono cuando digo temor, o estúpido, porque lo quiero ajeno. Cuestiono el nombre de esto tibio, porque lo quiero mío.
Pensé en un color, y no era verde. Era más bien naranja. Mi esperanza, o esto tibio, es naranja. Como la luna que canta nanas en el pizarrón de primer grado. Mi esto tibio es naranja y es una luna, y es mío o mía. Y le digo luna, porque me parece que es más exacto que decir esperanza. Entonces mi luna es naranja y tibia, y está en mi pecho, pero se expande por el cuerpo.
Yo tengo una luna naranja tibia. Es sorprendente. Yo que siempre pensé que en mi pecho sólo había lunas grises o negras, que de poco servían más que para apretarme las tripas cuando lloro. Puedo decirlo ahora porque alguien allá afuerta le puso nombre, alguien dijo esperanza, pero yo digo luna naranja tibia, y es mía.
Y suelto mi pecho, porque no se va a escapar, porque las lunas no se escapan, giran un poco dentro nuestro en este caso, pero están ancladas a mi eje, a mi centro... Luna ¿Dónde está mi centro?.
Sonrío. Esto es una sonrisa. Porque es una expresión al mundo y se llama sonrisa. Sonrío por la luna, pero eso el mundo lo sabe ahora que lo escribo. De otro modo quedaría exclusivamente como secrteto entre yo y mi luna.
Piel. Entre mi luna y el mundo. Piel. Entre el mundo y esas otras tantas cosas que no tienen nombre pero sí colores y texturas, y sobre todo temperaturas y humedad. Piel entre el clima y mi clima, y, a veces, solo a veces, equilibrio térmico.
Digo piel. Sin agregados. Piel. Y un punto sigue ahí nomás, como una urgencia.
Si tocás la piel de mi pecho, que cubre el lugar exacto donde se duerme mi luna, pensé que me dolería. Y no fue así. Eso también fue una sorpresa. Mi luna naranja tibia ya no se inmuta frente a la caricia ajena, o será que esa caricia fue tan... No sé qué palabra ponerle. Iba a decir tibia, iba a decir tierna, iba a decir algo que nada tendría que ver con la caricia.La caricia fue exacta. Y la luna naranja tibia no se asustó. También es cierto que la luna naranja sabe que existe, porque alguien la nombró esperanza, y porque yo la nombré luna naranja tibia y admití que mi pecho es su órbita exclusiva. Sólo un nuevo comienzo, una explosión sin nombre podría arrancarla, arrancarme, y no sabría cómo se sucederían las cosas luego del caos. Pero no se puede prever lo caótico, no desde este centro naranja. Debería alejarme de mí, para calcular los pasos posibles que daría la luna naranja, previendo las posibles explosiones, para ubicarme donde caería, de existir esa explosión. Son puras presunciones, y aunque calcule el sitio exacto, la luna extraída de mí dejaría de ser tibia y sobre todo naranja. Es posible entonces que fuera más sencillo proponerme con los restos del espacio dentro mío recrear una nueva luna, tal vez más naranja y más tibia. Pero no, shhh, no, luna, no pensemos en eso. Hoy estás aquí, en mi pecho, y esa caricia exacta no te asustó.
Ahí al lado tuyo, pero un poco más en el cuello, ese nudo. Que se aprieta y se distiende según el color que pase por detrás de mis ojos. Se apretó un poquito, cuando hipoteticé sobre el futuro caótico. Me dá miedo perderme. Acá mis límites no son precisos, nunca lo fueron. Y eso lo sé, y es más claro cuando pienso en lo caótico por venir. Pero entonces, hay abrazos. Y esos muros de piel. Y esos muros de piel. Otra piel. Que delimita mi piel. Por eso la caricia es exacta y no asusta.
La luna naranja tibia tiene sueño. He de dormir ahora y soñar lo que sueñan quienes tienen lunas naranjas en el pecho. Y luego habré de ponerle palabras a esas entidades, para retenerlas aquí, de este lado, donde puedo verlas, y nombrarlas.
sábado, 5 de mayo de 2012
Crónica de sábado a la tarde
La semana se agita como un ... me falta la palabra, pongo la definición. Recipiente metálico usado por barmen y barwomen para preparar tragos. Bueno, cosas, muchas.
Duermo. Mucho, sin dormir.
Sueño con una casa con paredes blancas, con sillones blancos y enormes, con una mesa enorme y sillas negras altas, con un florero multicolor como centro de mesa, con ventanales gigantes que dan a un jardín con pileta y una pantalla que no se ve contra una de las paredes blancas en la cual se proyecta una película. La casa es mía.
En el sueño mismo siento una extrañeza, varias extrañezas. Que no sueño con casas así, entonces no puede ser mía la casa. Otra extrañeza, estoy sola. Pero no me siento sola. MMM analizarme en terapia me quitó tanta metáfora enroscada. Hace escasos renglones esperaba volcar una angustia enorme, y caí en la simple sensación de que estar sola puede estar bien. Ando girando por otros bordes de la soledad, equidistantes al centro, como siempre.
La casa era sólida e iluminada, con entradas y salidas claras, pero sólo vi el living. Amplio, sencillo, funcional, con detalles acogedores (el centro de mesa). Y sí, así quiero mi casa. Creo que es una metáfora de la familia, y el solo hecho de poner esta palabra me hizo sacarla, y volverla a poner y dudar de publicar o no este texto.
No me sentía sola. De hecho hay cosas que no voy a nombrar del sueño porque las reservo al pudor de la durmiente.
Quizá cuando vuelva a dormir pueda recorrer ese jardín, e incluso nadar en la pileta. Ahora que lo escribo, y es dudoso claro porque cuando una narra un sueño todo se confunde, creo que lo hice, recuerdo algo azul, porque la pileta estaba iluminada y las paredes eran azules. Ahí afuera había una sensación entre dulce y fría, de nostalgia.
Quisiera ver los cuartos, cuando duerma de nuevo, quisiera incluso dormir en el sueño, y ver qué sueño en esa casa. Ya sé, ya sé, la casa soy yo, y punto. Pero quisiera ver qué hay más allá, y qué hay al lado también, no hay casas solas.
Bueno, antes de dormir en un programa de tv de cable me enseñaron a estornudar durante media hora aproximadamente, y ya entredormida, una escritora presentó un libro, que ni voy a decir el título porque ahora que recuerdo toda la pretendida originalidad del sueño no es tal, porque rondaba esto de la soledad y las mujeres, y bueno, claro, bah, claro no... no sé bien por qué comenzaron a nombrar la vagina con el término casa, casita... La verdad nunca lo había escuchado, o sea, yo trato, en la medida de lo posible de nombrar las cosas por su nombre. Y cómo está la casita, la mía se ve que bien, sola, pero bien. Raro, esto me da menos pudor que decir familia.
Creo que nada más debe ser dicho sobre este tema.
Duermo. Mucho, sin dormir.
Sueño con una casa con paredes blancas, con sillones blancos y enormes, con una mesa enorme y sillas negras altas, con un florero multicolor como centro de mesa, con ventanales gigantes que dan a un jardín con pileta y una pantalla que no se ve contra una de las paredes blancas en la cual se proyecta una película. La casa es mía.
En el sueño mismo siento una extrañeza, varias extrañezas. Que no sueño con casas así, entonces no puede ser mía la casa. Otra extrañeza, estoy sola. Pero no me siento sola. MMM analizarme en terapia me quitó tanta metáfora enroscada. Hace escasos renglones esperaba volcar una angustia enorme, y caí en la simple sensación de que estar sola puede estar bien. Ando girando por otros bordes de la soledad, equidistantes al centro, como siempre.
La casa era sólida e iluminada, con entradas y salidas claras, pero sólo vi el living. Amplio, sencillo, funcional, con detalles acogedores (el centro de mesa). Y sí, así quiero mi casa. Creo que es una metáfora de la familia, y el solo hecho de poner esta palabra me hizo sacarla, y volverla a poner y dudar de publicar o no este texto.
No me sentía sola. De hecho hay cosas que no voy a nombrar del sueño porque las reservo al pudor de la durmiente.
Quizá cuando vuelva a dormir pueda recorrer ese jardín, e incluso nadar en la pileta. Ahora que lo escribo, y es dudoso claro porque cuando una narra un sueño todo se confunde, creo que lo hice, recuerdo algo azul, porque la pileta estaba iluminada y las paredes eran azules. Ahí afuera había una sensación entre dulce y fría, de nostalgia.
Quisiera ver los cuartos, cuando duerma de nuevo, quisiera incluso dormir en el sueño, y ver qué sueño en esa casa. Ya sé, ya sé, la casa soy yo, y punto. Pero quisiera ver qué hay más allá, y qué hay al lado también, no hay casas solas.
Bueno, antes de dormir en un programa de tv de cable me enseñaron a estornudar durante media hora aproximadamente, y ya entredormida, una escritora presentó un libro, que ni voy a decir el título porque ahora que recuerdo toda la pretendida originalidad del sueño no es tal, porque rondaba esto de la soledad y las mujeres, y bueno, claro, bah, claro no... no sé bien por qué comenzaron a nombrar la vagina con el término casa, casita... La verdad nunca lo había escuchado, o sea, yo trato, en la medida de lo posible de nombrar las cosas por su nombre. Y cómo está la casita, la mía se ve que bien, sola, pero bien. Raro, esto me da menos pudor que decir familia.
Creo que nada más debe ser dicho sobre este tema.
domingo, 19 de febrero de 2012
Líneas para pensar el Deseo 2
Hay un color, rojo.
Pero tambièn negro.
Hay pierna que se escapa.
Hay noche, siempre noche.
Tus ojos son pinzas quirùrgicas, que me abren
y brillo
Porque acà adentro todo el luz
y se derrama.
Nadie te roba Eulogia
lo que das lo que das
Cantando las frases màs incoherentes
una sirena de pie.
Benditas las horas de los vasos
aquì en mi piel todo, todo
y aùn la luna, y aùn la luna.
Bailarè frenètica la danza tàcita
del desvarìo.
Y tus ojos, tus mil ojos
saborearàn mi ausencia, mi huìda
Y aùn cuando se sienta como una pequeña muerte
Me desbordarà la vida.
Luego bien cerca de mì
estarè en mi propia presencia
Y tus ojos que aùn miran
y ahora me escondo
y ahora me escondo.
Y la noche es una capa que me oculta
Y las làgrimas que bañaron mis pechos hoy de purpurina.
Y el deseo
siempre
y ahora al dormir
tanto
y ahora al dormir
no, no duermo
sueño despierta.
Lìneas para pensar el deseo.
Hay un color, rojo.
Pero tambièn negro.
Hay pierna que se escapa.
Hay noche, siempre noche.
Tus ojos son un bisturì que me arrebatan de mì.
Tus ojos que son muchos, que son miles, que son ciegos
me arrebatan de mì.
Triste y loca Eulogia
Se le arremolina la pollera.
Y desencantada nomàs
de todos y todo
ahì vas, atravesando la arena.
Maldita la hora de las luces
aquì en mi piel todo es màs blanco
aunque el sol, aunque el sol.
Bailarè al ritmo de los indignados
de la propia realidad
y tus ojos, tus mil ojos,
saborearàn mi presencia.
Me sentirè viva.
Y muerta.
Luego bien lejos de mì
estarè sola.
Y no querrè estarlo
y tus ojos que ya no miran
y ahora, ahora te busco.
Y la noche tiene el mismo color que mi capa
Y lo que sostiene mis pechos tiene el mismo color que mis làgrimas.
Y el deseo
siempre inconcluso
y ahora dormir
còmo.
Y ahora dormir
sola.
Y ahora
ya sin luz
ser
de nuevo
desgraciadamente
yo.
sábado, 28 de enero de 2012
La excepción a la guerra *
-¿y lo volviste a ver?
Me quedò sonando esa pregunta...no, pero tampoco me lo habìa planteado. Yo hice lo que quise, ya. Creo que soy un poco egoìsta, fue una màscara que construì de a poco, porque cuando me expongo, cuando no soy egoìsta, sufro.
No, no lo volvì a ver.... Un mes, se pasa volando, eso es presente extendido... el futuro, que hoy es pasado, es un poco màs extenso aùn. Y yo seguì camino, con todo. Y no suelo volver atràs.
Sì. Claro, hay excepciones, pero de esas que confirman la regla.
Excepciòn clase A, o tipo 1. "la vuelta atràs en la nostalgia".
Es la forma màs comùn de volver, en ese tranvìa eterno retro kitch. Voy còmoda en esos viajes, porque viajo a menudo. Cuanto menos una vuelve, mejor dicho, cuanto màs firmemente una sostiene la teorìa de seguir camino, como una bandera... bueno, màs se sube una al tren de chocolate. Es un vicio, pero tambièn una necesidad. Mirando por la ventana, siempre viajando a la inversa, se mira el camino que se dejò, el camino mantecol que se va abriendo a medida que el tren-tranvìa avanza, porque avanza igual, nos lleva de la nuca, y acà queda afirmada la regla, por màs que se vuelve, se sigue yendo, hacia adelante.
Excepción Clase B, mejor tipo 2, porque pareciera que es menos importante... "la vuelta atràs en coche nuevo".
Es una forma imprevista. Una se baja de donde sea, o se sube a un mòvil, y de golpe se da cuenta que ese paisaje es el mismo, que nos cambiaron de nombre las calles pero son gemelas, que la luz, la luz, corta el aire de la mismìsima forma. Entonces parece imposible, pero no es que nos hayan engañado, es que una se confundiò, a veces puede suceder, y se subiò a las tazas locas, entonces parece que avanza, pero no, gira, y de tanto girar, vuelve al mismo lugar, pero ... Primero la magnìfica ilusiòn de despegar y volar si maniobramos con fuerza el volante. Segundo, se avanzò en espiral, hacia afuera, o hacia adentro, como màs guste uno avanzar, pero ya no se està en el centro, porque para salir de las tazas y cambiar de juego hay que estar en el borde, y se empezò desde el medio. Entonces tambièn es avance, màs lento claro, si andàs dando vuelta en cìrculo es màs difìcil avanzar. Pero es avance de todos modos, por la espiral. Siento que esta forma es difìcil de explicar, sobre todo el avance, pero crèanme, se avanza, y suele ser la forma màs legitimada socialmente de avanzar, con el retroceso permitido, quizà porque yendo en espiral no tenès màs opciòn que mirar de vez en cuando las caras de tus coetàneos que andan girando como vos, con vos... he ahì la legitimaciòn social.
Excepciòn tipo 3. "de los coetàneos a lo que me llevo pegado al cuerpo".
Hay rarìsimas excepciones de aquellos que deciden avanzar contigo, rarìsimas, contadas. Pareciera de golpe que una anda en una cinta caminadora y sigue en el mismo lugar, pero es solo la sensaciòn. Porque el paisaje cambia, solo que mirar ese rostro, esos ojos, agarrar esa mano amiga... Vamos caminando, aquì se respira lucha. Y en la calle codo a codo, somos mucho màs que dos. Toma mi mano hermano, vamos a caminar... etc. En todos los àmbitos, hay quienes caminan juntos, y da la sensaciòn de estarse quieto, de presente eterno, porque eso, por los ojos, porque puedo dejar de mirar para adelante, y sin duda no mirar para atràs, y seguir avanzando con la mirada clavada, en la mirada clavada. Y es la forma mejor de avanzar. Aunque disfrute de las otras. Es la forma mejor de avanzar.
Entonces volviendo a la pregunta inicial, nunca vuelvo a ver a nadie... simplemente veo a quienes no he dejado de ver. Lo demàs es puro recuerdo, o relàmpagos de vidas ajenas en la vertiginosa espiral de la vida. Asì avanzo, empujada y sostenida por la excepciòn.
*El tìtulo fue un acto fallido. Està claro que iba a poner a la regla pero por alguna razòn mi mente puso guerra. Me quedè pensando no en el vìnculo entre guerra y regla sino en por què no pude poner regla... primero pensè en la menstruaciòn, y ahora pienso en los lìmites... debe haber algo de todos modos, y por sobre todo, por debajo, algo de guerra y condiciòn femenina, esto de ser mujer guerrera.O algo asì.
J.C.B
Hay dìas difìciles. Hoy es uno de ellos. Me despertè con una tristeza tibia. No voy a esquivar las ganas de llorar, pero tampoco voy a apurarlas. Cuando uno apura un vaso o se derrama o te patea el hìgado, o lo que es peor se te sube a la cabeza y andàs por la calle diciendo estupideces. Mejor dejar ahì el vaso, la taza tibia, en el pecho, aùn no està en la garganta.
Todo corre el riesgo de ser magnificado... esa ausencia, esa espera, esa canciòn.
Y sobre todo la permanencia oculta de la verdadera raìz del espanto. Sì, ahora dije espanto.
Me sobrevivì a tantas calamidades, me dispuse de frente para frenar y atravesar tormentas. Heme aquì, entera, màs fuerte. Pero el recuerdo ¡mi Dios! El recuerdo de la angustia aterroriza a los màs fuertes.
Sì, cariño, me puse bien, vos sabìas. Pero esta manta tèrmica sigue pegada a mì, y cada tanto me toma por sorpresa. Si me hubiera quedado, si me hubiera quedado...no, es simplemente esta manta tèrmica la que me lleva a pensar eso, nunca hubo dònde quedarse.
Fue culpa de Baglietto creo yo, porque me remontò a mi adolescencia, la verdadera, la otra, en la que las angustias superaban mi capacidad de salto. Ahora sè saltar, sè volar, sè nadar. Puedo irme, puedo irme.... Y quedarse my dear, quedarse siempre es un peligro.
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